Maria Rincón Maria Rincón

Carta para Luna

It all begins with an idea.

Luna,

Hoy quiero escribirte algo que quiero que leas un día, cuando seas más grande… o cuando tú lo necesites. Porque hay cosas que una mamá siente tan fuerte, que no pueden quedarse solo en el corazón. Y porque a veces, las palabras también son una forma de abrazar.

Hace poco saliste de una de esas entrevistas que nadie debería tener que pasar a tu edad. Te han llevado una y otra vez a lugares donde te hacen preguntas muy grandes para un corazón  chiquito como el tuyo.


¿Qué pasó? ¿Con quién vives? ¿Qué sientes? ¿Qué recuerdas?

Todo con la promesa de protegerte, pero con formas que no siempre lo logran. Formas que te cansan, que te invaden, que no entienden lo sagrada que es tu infancia.

Cuando regresamos a casa, te vi… y supe que algo te dolía.


Te pregunté con cuidado cómo te sentías.
Me miraste y dijiste: “Estoy bien.”

Pero tu carita decía otra cosa. Tus ojitos estaban llenos de lágrimas, y en tu voz temblaba algo que yo conozco muy bien.

Te pregunté de nuevo:
“¿Segura que estás bien?”
Y tú, con esa ternura que solo tú tienes, me dijiste: “Pero es que sí estoy bien.”

Luna, mi amor…

Ese momento me rompió en pedacitos. Porque esa frase, yo también la dije. La dije cuando tenía tu edad. La dije muchas veces cuando quería llorar, pero pensaba que no podía. 

Cuando creía que si decía que algo me dolía, iba a lastimar a alguien más.
Por eso, en ti, me vi.


Y fue como si la niña que yo fui me tomara de la mano y me dijera:
“Hazlo diferente.”

Y eso hice.

Nos sentamos, y aunque el corazón me latía tan fuerte que me dolía el pecho, te dije con toda mi alma:


“No tengas miedo de estar triste. No tienes que ser fuerte todo el tiempo. Puedes llorar, puedes decirme si algo te duele. Y lo más importante: aquí estoy. Siempre voy a estar contigo.”

Y tú, con ese corazón inmenso que tienes, me abrazaste.


Y me dijiste algo que me hizo llorar todavía más: “Mamá, no quiero que tú estés triste.”

Mi amor… tú eres noble, valiente, sensible. Sí, has aprendido a contenerte. Pero también has aprendido a amar y a proteger.


Y aunque aún no lo sepas, estás aprendiendo de alguien que está rompiendo cadenas muy antiguas para que tú no tengas que cargar con ellas.

Hoy lloramos juntas. Y ese momento no solo te sanó a ti… también me sanó a mí.

Porque a tu lado, aprendí que la tristeza también puede ser un lugar compartido. Un lugar donde no hay culpa, solo ternura.

¿Te cuento algo? Más tarde llegó Diego. Me vio rota y me escuchó sin juicio, me abrazó fuerte y me dijo algo que en ese momento no tenía claro:

“Luna es amorosa, valiente, sensible, luminosa… y eso también lo aprendió de ti.”

¿Sabes, hija?

Siempre ha sido difícil para mi decir que estoy triste. Pero hoy quiero enseñarte algo distinto.


Quiero mostrarte que la tristeza también se puede sostener, nombrar, sentir… y sanar.

Quiero que sepas que llorar no te hace débil. Que decir “no estoy bien” no te quita fuerza. Al contrario: te hace más humana. Más libre.

Hoy mi amor, sé que no soy una madre perfecta pero quiero ser real. Una mamá que se rompe sin miedo, que llora contigo, que enseña que las emociones no son un peligro, sino un puente.


Un puente entre dos corazones que se cuidan. Y el nuestro… es el más fuerte que existe.

Te amo más de lo que vas a poder entender por ahora.

Pero un día, cuando mires hacia atrás, y recuerdes este abrazo… lo sabrás.

Siempre contigo,
Mamá

Read More